Trovatore con reparto “joven”, barato o “viernes de ópera” que mejoró las sensaciones del reparto “estelar”. Sin llegar a provocar delirio, sí que hubo emoción y entusiasmo en bastantes momentos. Por enésima vez estos repartos baratos se muestran como un espectáculo cultural valioso.
Todo empezó a mejorar con el Mº Tebar, que nos pareció con mucho más pulso e intención verdianas dirigiendo y administrando estupendamente a la Oviedo Filarmonía.
Entre el reparto hubo de todo, pero el conjunto funcionó bien.
Decepcionante la soprano Meeta Raval que hizo una lectura insípida de su parte, con una dicción deficiente y dejando pasar las numerosas oportunidades de brillo que tiene Leonora. Su interesante material quizás se pueda adaptar mejor a otro repertorio.
La Azucena de Agostina Smimmero, de voz grande y timbre oscuro y aterciopelado. Con un canto sólido e intencionado. Sangre y alma napolitana a raudales. Una voz, y una artista, a seguir.
Luis Cansino debutaba el Conde de Luna y volvió a demostrar que responde ante cualquier desafío, extrayendo de sus medios y material el máximo posible para salir con nota del reto.
Y Antonio Corianò fue un Manrico efectista y valiente, con un canto pleno de grinta, volumen adecuado y con presencia escénica importante, cuya entrega y audacia conectó bien con el público. Sus problemas de afinación y desigualdad se compensaron por esa entrega y valentía.
Entre los “repetidores”, Russo se mostró pueril como Ferrando. De nuevo la competencia y progresión de Norton; la habilidad escénica de Suárez; junto con las tareas resueltas de García y el Goya mudo de Casero. El Coro cumplidor, con momentos de fugaz brillo.
El público, entusiasta y ruídoso, en los aspectos positivos y negativos, disfrutó y aplaudió generosamente a todos los intérpretes, obsequiando con algunos "bravos" especialmente a Corianò y Smimmero.