18 sept 2016

Histórico y/o trascendental.

Cuarta, y última función, del inicio de Temporada de Ópera de Oviedo con el histórico estreno español de Mazeppa. Funciones que han contado con éxito de crítica y del público, bastante escaso ayer, que ha acudido a verlas.

Es de elogiar que Ópera de Oviedo rebusque óperas tan interesantes como Mazeppa y, ya que prácticamente tenemos explorado cualquier recoveco del repertorio tradicional sin que nos falte ninguno de los títulos más imprescindibles de la Historia de la Ópera.

Aparte de la singularidad tiene este título un interés evidente porque la ópera dispone de escenas de gran dramatismo y espectacularidad. Cierto que también hay algún que otro momento más prescindible, pero ésto es habitual incluso en grandes obras asentadas desde hace siglos. Si de Chaikovsky se conocen indudablemente más el Onegin o la Dama de Picas, incluso Iolanta o la Doncella de Orleans, esta Mazeppa merece indudablemente mejor suerte en los teatros. 

Parte de esa suerte se la juega en tener un reparto adecuado para servir las exigentes partes de cinco solistas con partes importantes. Se optó aquí, adecuadamente, por un reparto afín al repertorio y al estilo. 
Brilló como protagonista el barítono Vladislav Sulimsky con una voz importante, pero aún lo hizo más su enemigo, Vitalij Kowalow, con un canto elegante y más intencionado que el primero.

La soprano Dinara Alieva posee un material interesante y bello, aunque muchas veces su canto nos resultó demasiado genérico. En cualquier caso fue una de las triunfadoras con momentos muy dulces.

El tenor Antipenko mostró una evidente mejoría respecto a su anterior y desdichada presencia en nuestro teatro. Cierto que ahora no desentona en el nivel de tantos cantantes que vemos, pero su papel precisa de mucho más que un cantante aburrido y justo de musicalidad. 

Bocharova sacó adelante más el papel por sus cualidades dramáticas que canoras. Tanto Vas como Romero y Timoshenko supieron aprovechar las posibilidades de sus pequeñas partes para demostrar su notable valía.

La habitual buena prestación del coro, en el cual también notamos una mejoría en la parte masculina, quizás ya inspirados por la nueva dirección de Mitrevska.

Milanov y la OSPA resolvieron bien la papeleta, aunque las frecuentes partes en las que podían haberse lucido pasaron sin especial relevancia.

La propuesta escénica opta por actualización a la época actual. Lo cual, al igual que en Duca d'Alba, se agradece sobremanera en estas óperas tan trilladas que ya nos cansan de ver siempre en su ambientación original. Para colmo la propuesta tiene escaso aliciente y, aún menos, encanto. Si el éxito global se mitigó fue en buena parte debido a la poca ayuda de la propuesta del equipo encabezado por Gürbaca.

Entusiasmo desigual entre el público, pero que, dada la singularidad del título, cabe catalogarse como un importante triunfo. No cabe ahora sino animar a profundizar en estas joyas tan difíciles de ver y nos atreveríamos a recuperar títulos olvidados como  Rosenkavalier, Rinaldo, Guillaume Tell, Guerra y paz, Fidelio, Wozzeck, etc...